…después ya de varios días, logré descansar.
Ahora una aventura sin sentido se repetía, hasta ahora no encontraba emerger de la somnolencia y lo nebuloso de la realidad. Como un epílogo a las que pocas veces se llega, ahora, existía una moraleja absurda, una lección que debió ser terminada ya hace tiempo.
Con pocas letras logré definir una prioridad, escapar. En ciertos momentos de la realidad consciente, he logrado observar que la cobardía, acto con tanta apreciación humana es el fundente de los resultados inesperados. Existen ocasiones en las que el poder concretar y definir una realidad fuera de tiempo es tan solo una narración fantástica, un viaje de proporciones incalculables, un problema de soluciones tristes y sofocantes; para ese entonces, la opción es huir, una carrera constante e incansable, comenzar ahogándose entre llanto simple y con viento frío sobre el rostro, secar el camino más doloroso.
Huir tal vez pueda sentirse como un acto de inacaparable cobardía, pero duele más que cualquier situación distinta. Huir duele dentro y fuera de uno, duele en el futuro, duele en el pasado, duele tanto que uno muere en el presente, que ya no existe en el después, que se piensa en el recuerdo y tanto se añora. Ahora… arrancarse los ojos con rasguños varios, sublevarse a la historia, a los procesos de cariño, al amor ya vuelto una ficción de cada instante, al no alcanzar, al no alcanzar y por siempre ser distante. Uno existía, uno solía, uno, según algunos, emerge en el instante mismo del llevar a cabo un verbo, situación de acción, de producción. No hay hubieras predichos, no hay nada, pero para aquel inmerso, insatisfecho, existe la reminiscencia del acto no llevado a cabo, la resolución de un segundo, el valor de ese último instante, de al final, respirar profundo… quedarse quieto, con los ojos cerrados, quedarse mudo.