Detente, por un instante mirame, y derrama de tú pupila a la mía el ingrávido paso del tiempo... dejame reposar en el delicioso vano de tú regazo, que me arrullen las amapolas que crecen en tú cadera. Dime que sientes el pasar distante de los pájaros, como pedacera consciente de los sueños entre plazas y obeliscos, historias de mil reyes. Recoge tú cabello, para mirar de reojo las sombras de tus orejas e imaginar al atardecer jalando la penumbra bajo la base de los árboles. Toma mí mano, el susurro constante, la ola que tras, arriba, bajo nosotros deviene, corre hacia el punto de luz que nos aleja de los muros, de los suelos negros y el resplandor constante que espanta a las estrellas de nuestra vista... Mirame y sonríe como la flor escondida entre las grietas de una banqueta repleta de pasos y murmullos... mira como ya amanece y los colibríes se enervan por los distantes hilos de oro al inicio de un nuevo día.
El destino enhebra el cabello de la amante en el ouroboros del ensueño.
D.
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