Sunday, December 18, 2005

Apocalipsis...


Quisiera que nadie estuviera listo, que transcurriera como una lluvia ligera, que tan solo pudieran sollozar un poco en silencio. No me importaría ver que todos se fueran, porque no importaría, porque nada importaría. El final a través de la poca fe que a mis ojos ha venido.

Siempre a buscar ver sobre todas las cosas, aun inclusive de las nubes más oscuras, correr, correr como el cobarde que intenta evadir lo inevitable, como el convertir el entorno y construir, ver con gusto el final y lo improcedente del instante, ver que la luz se nubla, que el acontecer del humano es temprano y tardío. Agudizar mí mirada, y buscar llegar al rincón más lejano de un horizonte rojizo y hermoso, las nubes desperdigándose extintas en el cielo, rayones de fuego cruzando del aire a la tierra, la gente gritando, el desesperar hermoso del ya no continuar, regresar al trabajo, no de nuevo, el jefe molesto, no de nuevo, tú esposa aburrida, no de nuevo, tus hijos con miedo, no de nuevo. Enfrentar ahora la fe que ya no existe, pasear entre los demás con la tranquilidad de tomarles la mano, mirarlos todo el tiempo y por siempre, besarlos, acariciarlos, gritar tan contento el te odio, el te amo, el muero por ti, por él, por ella, por todos ustedes.

Gritarán y amarán el mundo que ya no tenemos, pedirán por amor y condolencia, por llenarse de celos. Querrán esconderse y vivir siempre, querrán vengarse, odiarán, matarán pero ya están muertos.

La tierra se hunde, con un silencio sepulcral, sin lágrimas, sin flores, sin la gente cubriendo con tierra, la calles se van, en grandes y pequeños, pedazos de asfalto, huele a ira y todo se torna oscuro, estamos sordos de la verdad, muchos querrán rezar y buscarán redimirse con pecados y tontos complejos. Corren junto a mí, y nos herimos y nos rompemos. Caeré, con todos ellos, con este mirar perplejo, con el que miré a mis amores, con el que contagié de mí sentir y probar el sabor del pánico. Cientos, miles de pasos se oirán en un retumbar diáfano, una estampida en el cielo, en los corazones. El fuego trazará sus líneas y vendrá por nosotros, como vi hace medio segundo al cerrar los ojos, será todo. Enormes remolinos de viento succionando en el firmamento, llegando cerca, abarcando tan lejos, los temblores, todos, por única vez, en conjunto, perderemos nuestros pies, nos ahogaremos con nuestro aliento. No te veré a los ojos, ni mencionaré tú nombre, gritaré, pelearé, abarcaré la inmensidad entre mis brazos, volaré y brincaré sobre todos los techos, amaré el rompecabezas de sueños que por mí forjé, por ti, por ellos. Las bocas se envenenarán de aseveraciones, de verdades incontextuales, insípidas, profundas, agudas, libres, tan tontas. Y será tan triste, el nada nunca, nada más. Y las sonrisas y las palabras y las noticias. Nada nunca, nada más. Saldremos de nuestras casas y casi ciegos pensaremos en los otros, porque ya no hay tiempo. Nada como vivir el momento, disfrutar del recuerdo, hacerlo de nuevo, hacerlo de nuevo. La gente se congregará para asistirse, para unirse y salvarse de la realidad instantánea y perfecta. El científico sencillo mira buscando estrellas y ve que el después si existe, que la esperanza es maldita y que el infinito es muerte y poesía, es el dolor constante que nunca agoniza, que se manifiesta instante tras instante. Mis manos quemadas, los ríos de sangre, la gente hambrienta, el mundo en guerra, la paz delante, las calamidades trascendiendo en braile, que hermoso, que horror. Mí piel se descarapela, se queda sin agua, mi boca se seca, el dolor aumenta, la tierra es insuficiente, casi me pierdo, lo oscuro llega, las imágenes del final de la era, de no ser nada, de también estar afuera.

Estiro mí mano y nada llega, el tocar tú piel indulgente no llega, busco sentirte, crear origen, pero las grietas se abren, los techos caen, el mar hierve, nuestra carne abierta se llena de sal. Y nada llega. Un ser nace, millones mueren, miles viven, todos mueren. No hay profecía, no hay herejes, no hay formas, no escapemos, no decidamos, no pensemos.

Ahora sonrío, con mí cara idiota y escucho el pasar nocturno de las sirenas, el vacío resquebrajarse y volverse el suelo, de lo alto cayendo todo, dispersándonos en el suelo, en lo profundo, en cada hueco.

Sobre vidrios resbala mí cuerpo maltrecho, repto entre las cenizas y las brazas vivas, sé que comeré mí carne y excremento. Seré inmundo y sereno, seré lo que no soy cuando existo, y pensaré de nuevo. Vivo el desastre y lo cuento con desprecio, porque amo acostarme sobre el suelo, meter mis dedos en la tierra, reír con mis hermanos, agotar la violencia besando la piel de la amante, la amiga y la compañera. No hay luz delante, no hay fuego, no hay providencia, no viajamos a pie, ni sobre inventos, nada impulsado por el agua, el fuego y la madera. Sigo hurtando dentro de mí, en el exterior, pero aún no llega. Siento todo tan tranquilo, tan sutil, como un respiro, un brillo, hambre, un beso, una cena, correr, mis padres, dolor, siento tú mano


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